Igual que tenemos deberes, tenemos derechos. Derecho a no vernos afectados por las opciones de vida tomadas por otros. Por este motivo, en las siguientes líneas voy a defender el derecho a escoger.
Probablemente les sonará como un discurso constitucional, leído y oído más de quinientas veces, así que, voy a concretar más: el tabaco. O mejor dicho, el tabaco y los efectos en los fumadores pasivos.
Cuando nacemos no nos introducen un cigarrillo porque sea una obligación padecer los síntomas de tal droga. De acuerdo, para no ser tan drásticos y seguir la ley, podemos decir que, al cumplir los dieciocho, no se nos regala un paquete de cigarrillos para acostumbrar nuestros pulmones la o que van a respirar el resto de su vida. Por supuesto que no. Cuando alguien empieza a fumar, la fatídica pregunta es: “¿Quieres uno?” El verbo utilizado indica voluntariedad y ahí la clave del asunto. Es una opción. En ese momento, uno puede decir “No, gracias. No fumo.” O puede responder "Sí, gracias, ¿por qué no?”, y seguirá la primera dosis de un fumador más en esta sociedad. No me parece mal porque fue su elección y nadie le obligó. Otra sería mi opinión si, quien hizo la oferta, al verla declinada dijera: “Bien, no pasa nada, vas a inhalar el mismo humo que yo de este cigarrillo”.
Quizás les parezca exagerada la situación presentada en el párrafo anterior, pero piénsenlo: Cuando entramos en un bar, ¿alguien nos pregunta si queremos respirar ese humo? No. Los fumadores dan por hecho que ese humo forma parte del ambiente y no son conscientes que lo han creado ellos mismos por sus propios cigarrillos. Ellos tienen la opción de fumar, pero nosotros no tenemos la de respirar sin humo. Podemos equipararlo con el "todo incluido" de los hoteles, en este caso, bares con todo incluido. Tienes un recinto con su barra, camareros, aseos… ¡y humo! Fácil de encontrar, pero difícil de separar sus partes.
Reclamo, desde mi humilde taburete rodeado por una cortina de humo, mi derecho a elegir, elderecho para mis pulmones a una vida digna.